Este texto fue escrito para el programa de las fiestas patronales 2012 de Cañete la Real. Lo traigo a este blog para desagraviar a Antonio de Nebrija, autor de la primera Gramática castellana, la cual ha salido malparada en dicho programa, y sirva como ejemplo, mi escrito en el que aparecen ocho erratas en una sola página, supongo que por falta de la diligencia y respeto exigidos y debidos al lector y al que lo escribe. También, porque creo que el espíritu evangélico no es más que memoria fundida en folklore, boato y exhibicionismo. Si no es así, que alguien me lo demuestre.
Caños Santos
Cuando la tarde, aún calurosa, va cayendo y el sol se hunde con sus últimos resplandores entre los tintes dorados de una vega ya desocupada, se abre de par en par la puerta de la iglesia y todo el pueblo, enardecido en su fe o en su duda, acude para acompañar a la Virgen de Caños-Santos. Con alegría, el sagrado bronce repica a gloria y su tañido se esconde entre los acordes del himno nacional y un murmullo de fervor.
En sacro arrobamiento, concurren a la procesión los fieles cristianos con el corazón compungido, los hipócritas beatos con las manos juntas y la mirada extasiada; incluso, guiados por la tradición y el ejemplo, los más racionalistas agnósticos con la mente confundida. Todos han acudido: la vejez, la juventud y la infancia; la riqueza y la indigencia; la cutura y la ignorancia; la devoción, el escepticismo y la tradición. Es el día grande, el más grande de Cañete la Real.
Desde su trono deslumbrante entre flores, cirios y una nube de incienso, aparece la Virgen, y es entonces cuando la súplica humana se alza entre sones marciales, melodiosos, que atruenan el espacio, los oídos, y también los corazones. El murmullo se hace clamor en un alud de plegarias, vítores y aplausos. Caños-Santos ya está en la calle.
"Madre, mitiga mi dolor, mi sufrimiento y mis penas". Y al instante, una fuerza sobrenatural la reconforta y le da alientos para seguir con su calvario y en la lucha diaria.
"Madre mía, acuérdate de los míos: de los que estamos aquí, de los que se fueron y de los que nos dejaron para siempre". Y en un abrir y cerrar de ojos, el recuerdo se hace presente, realidad y vida.
"Madre mía de Caños-Santos, no te lo lleves aún y, si ésa es la voluntad de tu Hijo, que no sufra". Y de repente, las lágrimas vertidas por el amor se convierten por la inocencia en sonrisa de consuelo y resignación.
En torno a ella se apiñan mujeres en hábitos y descalzas, elegantes mujeres de mantilla, hombres de campo bronceados al sol y a la intemperie, ancianos arrugados de tantos años y tantas penas, niños traviesos y asombrados. Todos -conforme a su error o a la fe divina- unidos en una sola voz, cantan y alaban la grandeza de la Señora en sus gracias, milagros y favores. Pero más que la voz de un pueblo y de un presente, es la voz de la tradición y de un atávico pasado. También la voz de la flaqueza y del dolor.
Yo, que igualo mi paso al trono, también me siento tocado por la sensiblería de las imágenes, de la música, de la fluencia humana, y pregunto: "¿Por qué, con la mirada siempre fijada en su brillante aureola, caminas descalza tras el trono? ¿Por qué te estremeces ante su mirada? ¿Por qué encuentras en una imagen señales de vida? ¿Por qué haces de una devoción tu religión? ¿Por qué un ciego tradicionalismo contamina tus costumbres y modos de vida? ¿Por qué...? Miro alrededor, observo, reflexiono y comprendo que soy un inútil quejido en medio de la clamorosa plegaria de un pueblo.
Caños-Santos ha regresado al templo. Suspiros quejumbrosos, lágrimas, sollozos y llantos son signos de dicha y se hacen gozosos, porque vivir es sufrir, porque vivir es esperar, porque vivir es tener fe, porque vivir es...morir. Sin embargo, en el corazón queda un reguero de tristeza, un desgarro de nostalgia, un amago de desconsuelo y angustia: un ño más. No, un año menos.