Los pueblos se hacen historias inacabadas, apariencias que calan más allá de los huesos, costumbres que impregnan la realidad de un cariz normativo, difícil de distinguir entre lo heredado, lo impuesto o lo más halagüeño para cada vecino. La inteligencia, la cultura y la razón, exorcizan las pesadillas que vienen de muy antiguo, tan antiguo como del Medievo, pero algunas aun vuelan sobre campanarios y tejados sin dejar traspasar la luz. Pero a la postre, todos creemos estar en posesión de la verdad absoluta y con la bula de la infalibilidad, propia de personas muy cercanas a dios. Luego, el tiempo da y quita la razón, poniendo a cada uno en el lugar que le corresponde. A veces no, pero allá cada cual con sus conocimientos, apariencias y creencias. Y allá ese mundo con su única religión verdadera y la profusión de dioses y credos, integrismo, fundamentalismo y fanatismo.
El negro pajarraco de la ignorancia grazna con demasiada frecuencia para ocultar la razón y la conciencia, amenazando con asfixiar el progreso y la modernidad. Pero qué se puede hacer con un pueblo que confunde la fe, la devoción, la liturgia, la mitología, el fetichismo y la idolatría; qué se le puede pedir a quienes polemizan sobre la belleza o milagros de una u otra virgen, siendo la misma. En qué mundo de fanfarria hemos caído, en qué disputas infantiles nos enzarzamos sin pie ni cabeza. Yo que me considero ateo, os pregunto qué es la religión, qué es el catolicismo, qué es el cristianismo, que es la beatería. Qué confusión, qué locura. Os recomiendo una reflexión sobre esta letrilla deel ilustre paisano Manuel Alcántara:
No digo que sí o que no
Digo que si Dios existe,
No tiene perdón de Dios.
Si me echo a Dios a la cara,
Me lo tendrá que reolver todo,
De la noche a la mañana.
Finalmente, como la primavera ha llegado y con ella el amor, quiero haceros partícipes de mis impresiones.
No podemos permitir que la maledicencia sustituya a la justicia ni enturbie sentimientos tan nobles como el amor.
El amor no enfanga, más bien enaltece sentimientos que estaban ocultos en espera del levantamiento de la censura moral o de la compasión colectiva. La atracción física, el deseo ardoroso, incluso con violencia posesiva, la comprensión entre los furtivos amantes, la sinceridad y confianza entre ellos, son sentimientos tan naturales como para romper un compromiso, pacto o sacaramento, sin que suponga envilecimiento, despecho o traición.
Ese desasosiego, ese ardor atolondrado y volcánico que acomete a los amantes clandestinos, ya es suficiente razón para vivir o para morir. El amor, al contrario que el odio, ennoblece a las personas, las diignifica y las eleva a seres superiores. A veces y por desgracia, también se convierte en la más trágica de las apiraciones, en burla ajena, cruel y vengadora, en una humillación general.
En muchas ocasiones hay que simular una situación, un propósito, una vivencia, una emoción, un sentimiento, hasta que llega el momento en que no cabe disimulo, porque el amor es más poderoso que la religión, que dios, que la familia y la sociedad