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15 mayo 2009 5 15 /05 /mayo /2009 12:37

 

 

Guerras púnicas, barroco, enfant fou à lier, corchea, Schubert,  epidermis, ecosistema, teorema de Pitágoras, encerado atiborrado de letras y números, remembrance, excrement, sujeto y predicado, Dante, soneto, poder legislativo, democracia, huesos y músculos apellidados extravagantemente, y más dígitos, más signos, más letras inconexas y difusas: paradigma de la resignación mal controlada, del tedio que estira el tiempo y amodorra o rebela.

            Vanesa (¿con s simple o doble s?) y Cristian (¿he omitido la h?) se taladran con la mirada, ajena a la del profesor, se escapa una mutua sonrisa seguida de un guiño muy significativo. Inmediatamente cruza el aire espeso, casi viscoso del aula  una cita con caligrafía garabateada y un enorme corazón rojizo salpicado de gruesas lágrimas o de gotas de chorreante sangre que  embadurna el papelito: “Te espero esta tarde en tu puerta, a las cinco. No me falles. Te quiero mucho” (obviamente la ortografía y la puntuación son mías).

            La chica, en un sublime arrebato de egolatría y sensualidad, con el disimulo propio de un carterista, saca un espejito de su mochila y se recrea voluptuosamente en la imagen reflejada, mientras piensa: “Hoy estoy sublime, irresistible. El rojo amapola de mis labios pide a voces un beso, y mis ojos, con el toque de sombra azulada que con tanto esfuerzo he conseguido, me dan un aspecto entre inocente y atrevida. La ocasión lo exige, hoy es el día de San Valentín, patrón de los enamorados; por eso vengo de rojo, por dentro y por fuera. Quiero vociferar a todo el mundo este amor que me oprime el pecho y me quita el sueño. ¡Qué grande es el amor!”.

            Flotando en una nebulosa, continúan los guarismos, las indescifrables fórmulas, la monótona voz del profesor acallada por un murmullo general in crescendo hasta  degenerar en holgorio. Entonces aquélla se subleva y se transforma en grito. Paciencia, resignación, acomodamiento existencial a los nuevos dictados educacionales, temblor de concepciones didácticas, quiebra de derechos, ruptura de patrones valorativos, el didactismo  se oscurece y se diluye en el dejar hacer.

            Mientras tanto, Christian (ahora lo escribo con h, ¿habré acertado?) ha observado, con la atención característica de un  entomólogo, los pormenores de su amiga y, frotándose las manos, piensa: “Ya la tengo en el bote, ya es mía. Esa sonrisa, un poco socarrona, expresa un sí, no tengo dudas. Ahora que caigo,  no le he comprado nada. Esta tarde, sin falta, voy por el último CD de Los Chichos para regalárselo. Espero que le guste. Siempre viene a clase guapísima, pero hoy está hecha un cromo. Le sienta tan bien el rojo que me quita el sentido. ¡Cómo la deseo!

            La Conciencia de ella, siempre oculta tras un muladar televisivo y con el ojo vendado por la ignorancia, bosteza y cuchichea: “Nena, déjate de chorraditas y atiende. Es tu futuro el que está en juego. Tu vida y la de los tuyos, en gran medida, van a depender de lo que hagas en estos años...”

            La Memoria, atizada con las chácharas familiares, interrumpió su discurso con voz cavernosa: “Disfruta de la vida, que no te la amargue ese soplagaitas, vividor de la palabra, creador de ilusiones, mensajero de misiones subliminales de un submundo trasnochado. Escúpele todo el veneno que llevas dentro y ríete en sus narices. ¡Vuela, vuela, palomita!”

            “Sólo intenta ayudarte, se afana para que mejores, para que avances. Cumple con su agria labor diaria con el único fin de alcanzar una sociedad más justa e igualitaria”, responde la Conciencia un tanto timorata y no muy convencida de sus palabras. Una carcajada desternillante de la Memoria, de Vanesa, de Cristian y de la clase en general la destierran al mundo del olvido, mientras que una nube de corazones de todas las formas, de todos los tamaños, de todos los colores, vuela por el aula en una lección magistral de amor encendido.

            La Sabiduría y la Experiencia huyen también despavoridas a refugiarse en un rincón solitario, ubicado en el marco existencial de la incomprensión y de la depresión. Momento que aprovecha la jovencita, virgen de pudores, para lanzar un beso al adolescente corazón del compañero (no al de Cristian), que enrojece y esconde su cabeza detrás de un  cuaderno.

             El júbilo, la risa, la fiesta se desborda. Andan las sillas por retorcidos caminos, se disputan un lugar privilegiado las mesas en una lucha pendenciera, algunos bolígrafos quieren aprender el vuelo de los pájaros, y se arrastran los libros y las mochilas sin encontrar a sus legítimos dueños. El bramido de la sirena ha despertado a los demandantes estómagos,  dejando selladas con silicona las mentes juveniles; pero hoy, día de San Valentín, patrón de los enamorados, se abrirá más de un  tierno corazón, se sembrará alguna semilla de la que germinará una linda flor.

            El profesor, con un suspiro de alivio, encierra en la maleta de viejo cuero las aburridas letras, los saltarines números, las absurdas teorías, la despreciada cultura, el sueño de un mundo mejor; en tanto que se le escapa de los labios, como en un murmullo: “Se le ofrece una vela, pero prefieren vivir en tinieblas”.

            Mañana será otro día.

               Publicado en la revista Ronda Norte

           

 

 

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12 marzo 2009 4 12 /03 /marzo /2009 17:55

Vivimos en una época de continuos cambios educativos, de perpetuas reformas, que cristalizan en el ámbito legal en una sopa de letras con tantas siglas y nomenclaturas, como cambios gubernamentales se dan. Educadores y padres nos enfrentamos diariamente a la ardua tarea de educar, siguiendo unos cánones dictados por los políticos de turno, y que la mayoría de las veces, no responden a las expectativas, necesidades y diversidades sociales. Sin embargo, hay un elemento que, a pesar de los cambios, permanece inmutable, intocable: la Religión, tanto en la enseñanza primaria, como en la secundaria. La razón hay que buscarla en la tradición, en la herencia cultural , en los grupos de presión y en el poder, casi siempre omnímodo y omnipresente, de la Iglesia católica, apostólica y romana.
   Se argumentará a favor de la Religión como asignatura que la inmensa mayoría de los españoles somos católicos, que es una libre opción de los padres, que el contenido es ético y acorde con los valores y los derechos humanos, que forma parte de nuestro común acervo cultural, etc.

   Con respeto y disculpas a mis compañeros que imparten esta asignatura, considero que no debe incluirse en el currículo escolar, sobre la base de los siguientes argumentos:
1.- Por la propia  definición de religión (culto tributado a la divinidad, conjunto de dogmas y prácticas propias de una confesión religiosa, obligación de conciencia), ésta es materia que pertenece al mundo de la fe y, en consecuencia, a la conciencia privada de cada individuo; es una cuestión estrictamente personal, extensible, a lo sumo, al ámbito familiar.
2.- El eclipse de la familia actual en materia educativa es manifiesto; por consiguiente, no creo que opten por la Religión como corolario de una decisión meditada, reflexiva y responsable; más bien son los propios alumnos quienes la eligen por motivos que, obviamente, no son religiosos, y en los que no voy a entrar.
3.- Respecto a su contenido, demos un apresurado y breve paseo por la historia. Si nos remontamos a la Edad Media (comparable con la situación actual de algunos países), las cruzadas, el Tribunal de la Inquisición, los aterradores sermones y tantas aberraciones que espeluznan la conciencia del más insensible, son ejemplos evidentes de falta de ética y deshumanización. Se me dirá son tiempos lejanos; pero no crean. Hasta etapas muy recientes se han sacralizado las costumbres, los dogmas católicos se transformaban en códigos jurídicos, sus dictados en verdades absolutas; y la Iglesia, un instrumento más de represión del sistema político. Se me seguirá diciendo que en la actualidad la situación es distinta. Lo admito con cierta complacencia, pero también con incertidumbre, pues la Iglesia, institución humana y muy sabia, ha conseguido una adaptación camaleónica perfecta en todos los vaivenes históricos. Y ya se sabe: "donde hubo candela, quedan rescoldos".
4.- Por otra parte, nuestra Constitución admite la libertad religiosa y reconoce el mismo derecho a todas las confesiones; así que con el creciente movimiento migratorio y considerando que España es Jauja, pronto estarán nuestras aulas servidas por imanes, lamas, chamanes, brujos y demás sablistas que viven del nombre de los dioses.
   Temblemos ante doctrinas y prácticas religiosas que suponen un atentado, una flagrante violación de los derechos humanos. Y no se trata de temas futuristas, puramente teóricos o hipotéticos, sino de casos reales. Sirvan como ejemplos: la prohibición de trasplantes de órganos o transfusiones de sangre, el considerar a la mujer como un ser inferior y hasta degradado, la lapidación por adulterio, la ablación del clítoris, las nocivas supersticiones, la guerra santa y un largo etcétera. Amigo lector, no piense en países lejanos, exóticos o de cuentos de hadas, porque en España todo es posible.

   La tolerancia, el respeto y la permisividad tienen sus límites  en los derechos humanos, en los valores democráticos y en el propio sentido común. No vayamos en aras del respeto a la libertad religiosa, a caer en el fanatismo, en el esperpento o en el "todo está permitido". A veces la religión, y siempre la teocracia, son la antesala de la intransigencia, de la intolerancia y de la imposición.
   En mi humilde opinión, la enseñanza debe ser conservadora en todo aquello que sea digno de conservar, renovadora para adaptarse a las cambiantes circunstancias socio-culturales, selectiva no en los sujetos, sino en el objeto; correctora para corregir los errores que la práctica pedagógica diaria alumbre y, sobre todo, neutra, sin tintes ideológicos ni, mucho menos, religiosos. Y con estas notas, ¡que sea lo que Dios quiera!
                               Publicado en Ronda Norte

 

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9 marzo 2009 1 09 /03 /marzo /2009 12:00

                    El tiempo que se fue

  Sentí que tenía prisa por salir a la calle,  no sólo por no escuchar sus consejos (enaltecidos, más veces de las que yo deseara, a amenazas),  sino también por no responder a sus preguntas, aunque mis respuestas fuesen frases cortas, intermitentes y evasivas. Tal vez, la prisa venía porque las palabras de mi madre eran como una filmación de una noche constelada de alcohol, droga, sexo y  jarana, prolongada hasta el amanecer; una grabación que me hacía revivir un mundo disoluto, que extrañamente deseaba impedir que fuese pasado, y a la vez necesitaba dejarlo en el pretérito, porque me escocía en la conciencia y en la preocupación materna. No comprendía esa simultaneidad de sentimientos, que me dejaba el regusto del placer recordado y la pena del remordimiento presente.

   Al abrir la puerta, la luz de la mañana hirió mis ojos enrojecidos, lastimando mis pupilas brillantes, por lo que regresé de nuevo al cuarto de baño para  aliviarlos con el agua fría, mientras a mis espaldas resonaban aún sus palabras como una letanía en redención de mis pecados. Di la conversación (más bien el monólogo) por concluida, entonces abrió las manos alzándolas contra mí, con un gesto de amenaza, que pudo ser también un conato de bofetada, o así lo entendí yo. En ese instante despertaron todos los demonios interiores y estallaron todas las voces del  mórbido vicio, una desesperada violencia, que ahogó cualquier atisbo de cariño y gratitud, se adueñó de mi  deleznable voluntad, la empujé y cayó al suelo por la sorpresa ante mi reacción, más que por la fuerza del empellón.  La dejé tirada, abandonada, y salí a la calle.

   Caminé lentamente por la fatiga y el fuerte dolor de cabeza, en tanto que pensaba: “Durante mi infancia nunca fue capaz de decirme un no; siempre ocultó a la vista, a los oídos  y al entendimiento de mi padre, lo que para ella eran simples niñerías, travesuras propias de la corta edad; hizo de mí un niño temible y ahora soy un hombre temido, incluso por ella que me colmó de mimos y caprichos. A pesar de que nunca le habían afectado los muchos reveses y miserias de la vida; ahora, sin embargo, notaba que en sus fatigados ojos se asomaban la gravedad, el desánimo y la preocupación. La veía vulnerable, como herida por el cuchillo de la impotencia y la desesperación. ¡Qué puñetera vida!”

   Mis pasos inciertos me llevaron al I.E.S. Mª Victoria Atencia. Allí, mis manos encallecidas y agrietadas por el cemento y la arena, agarraron con fuerza la verja, como en un intento de volver a un pasado que se fue; y la frialdad metálica del asimiento y la imagen de mi madre en el suelo, me sacudieron con un amago de culpa, que se hizo después doloroso arrepentimiento, y puso en duda no sólo mi vida, sino mi propia persona.    Me sentí, más que cansado, angustiado de ser el que era, con la carga de poder haber sido otro en mi propio cuerpo, en mi propio yo. Me dolía la nulidad de un tiempo casi perdido. No entendía cómo había disipado mis años en una absurda complicidad con quienes iban a clase con el único afán de  molestar, de enfatizar sus propias limitaciones con un chuleo disparatado y barriobajero; me arrepentía de haber sido tantas veces acólito en una ceremonia estúpida y sin sentido.

   El tiempo que fue y que es, vienen a ser lo mismo cuando se refieren a una misma persona, forman un todo inseparable, individualizado. Se es lo que se fue, lo que se hizo y lo que se dejó de hacer.  La historia personal es como la piel que  va  cambiando con el paso de los años, pero que conserva la memoria, maldita o bendita huella indeleble, que nos va a perseguir hasta la muerte.

   Dejé atrás un murmullo de voces juveniles, simultáneas y sin turno, como si el tiempo las apremiase, y una voz adulta, acaso fatigada, con el tono grave de predicador, que con esfuerzo se levantaba sobre el susurro, que en ocasiones se trocaba en bullicio. En ese momento me sentía abatido, pero sereno, con la templanza que da la reflexión y el propósito de mejora. Algo había cambiado en mi alma, no tenía la menor duda, era como si otro ser se hubiese encarnado en mí, y se me vino el recuerdo de mi padre, fallecido hacía poco más de un año.

    Llegué a casa con el corazón en un puño: temía la respuesta de mi madre, su ira y, tal vez, su desprecio y desahucio. Pero no, únicamente encontré unos ojos con el rastro del llanto y de los que todavía pendían algunas lágrimas que se resistían a huir, y unos labios que se posaron con ternura sobre mi rostro, en tanto que su mano temblorosa acariciaba mi ensortijada cabellera.

   “Es mi madre, la mujer que siempre me perdona y que nunca me abandonará” –pensé. Guardé silencio. Sobraban las palabras, hablaron dos gruesas lágrimas que rodaron sobre mi mejillla.
 Publicado en la revista "Ronda Norte"

 

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9 marzo 2009 1 09 /03 /marzo /2009 11:17
                                      


                                               Antonio Mena ha publicado:
            
           "Quemaduras de guerra", Incipit Editores , año 2004, novela corta.
 
     Una historia sobre los que perdieron algo más que una guerra, contada con toda la dureza y el realismo que requieren los hechos. Las quemaduras de esta novela no son sólo físicas, están en la memoria, en el pasado y en el presente, y no se curan nunca.
  
          
        "Desde la soledad de mi ventana", Incipit Editores, año 2005, colección de 13 relatos cortos.
 
     A través de una ventana, sentado en soledad, un hombre mira. Delante de sí, una galería de personajes desfila en la vida de sus historias: amor y miseria,, rechazo y muerte... "Desde la soledad de mi ventana" es más que una incursión en esas vidas ajenas, un atisbo robado a la intimidad de los otros que siempre desconocemos.


                                         "La llamada de los ascendientes" , Editorial Atlantis, año 2008, novela (primera parte de una trilogía).

   Teresa, vive con su familia, extraña y peculiar, en la mansión de los Tejaca, poderoosos terratenientes de Távora del Rey.
Tras encontrar un antiguo diario en el desván, descubre que todo lo que rodea a su familia y a sus antepasados está lleno de oscuros secretos, poco dispuestos a ser aireados. La única persona que le muestra signos de cariño, la vieja criada Mariana, parece tener la llave para abrir ese cofre de misterios... pero ella misma tiene un secreto muy bien guardado.
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