Guerras púnicas, barroco, enfant fou à lier, corchea, Schubert, epidermis, ecosistema, teorema de Pitágoras, encerado atiborrado de letras y números, remembrance, excrement, sujeto y predicado, Dante, soneto, poder legislativo, democracia, huesos y músculos apellidados extravagantemente, y más dígitos, más signos, más letras inconexas y difusas: paradigma de la resignación mal controlada, del tedio que estira el tiempo y amodorra o rebela.
Vanesa (¿con s simple o doble s?) y Cristian (¿he omitido la h?) se taladran con la mirada, ajena a la del profesor, se escapa una mutua sonrisa seguida de un guiño muy significativo. Inmediatamente cruza el aire espeso, casi viscoso del aula una cita con caligrafía garabateada y un enorme corazón rojizo salpicado de gruesas lágrimas o de gotas de chorreante sangre que embadurna el papelito: “Te espero esta tarde en tu puerta, a las cinco. No me falles. Te quiero mucho” (obviamente la ortografía y la puntuación son mías).
La chica, en un sublime arrebato de egolatría y sensualidad, con el disimulo propio de un carterista, saca un espejito de su mochila y se recrea voluptuosamente en la imagen reflejada, mientras piensa: “Hoy estoy sublime, irresistible. El rojo amapola de mis labios pide a voces un beso, y mis ojos, con el toque de sombra azulada que con tanto esfuerzo he conseguido, me dan un aspecto entre inocente y atrevida. La ocasión lo exige, hoy es el día de San Valentín, patrón de los enamorados; por eso vengo de rojo, por dentro y por fuera. Quiero vociferar a todo el mundo este amor que me oprime el pecho y me quita el sueño. ¡Qué grande es el amor!”.
Flotando en una nebulosa, continúan los guarismos, las indescifrables fórmulas, la monótona voz del profesor acallada por un murmullo general in crescendo hasta degenerar en holgorio. Entonces aquélla se subleva y se transforma en grito. Paciencia, resignación, acomodamiento existencial a los nuevos dictados educacionales, temblor de concepciones didácticas, quiebra de derechos, ruptura de patrones valorativos, el didactismo se oscurece y se diluye en el dejar hacer.
Mientras tanto, Christian (ahora lo escribo con h, ¿habré acertado?) ha observado, con la atención característica de un entomólogo, los pormenores de su amiga y, frotándose las manos, piensa: “Ya la tengo en el bote, ya es mía. Esa sonrisa, un poco socarrona, expresa un sí, no tengo dudas. Ahora que caigo, no le he comprado nada. Esta tarde, sin falta, voy por el último CD de Los Chichos para regalárselo. Espero que le guste. Siempre viene a clase guapísima, pero hoy está hecha un cromo. Le sienta tan bien el rojo que me quita el sentido. ¡Cómo la deseo!
La Conciencia de ella, siempre oculta tras un muladar televisivo y con el ojo vendado por la ignorancia, bosteza y cuchichea: “Nena, déjate de chorraditas y atiende. Es tu futuro el que está en juego. Tu vida y la de los tuyos, en gran medida, van a depender de lo que hagas en estos años...”
La Memoria, atizada con las chácharas familiares, interrumpió su discurso con voz cavernosa: “Disfruta de la vida, que no te la amargue ese soplagaitas, vividor de la palabra, creador de ilusiones, mensajero de misiones subliminales de un submundo trasnochado. Escúpele todo el veneno que llevas dentro y ríete en sus narices. ¡Vuela, vuela, palomita!”
“Sólo intenta ayudarte, se afana para que mejores, para que avances. Cumple con su agria labor diaria con el único fin de alcanzar una sociedad más justa e igualitaria”, responde la Conciencia un tanto timorata y no muy convencida de sus palabras. Una carcajada desternillante de la Memoria, de Vanesa, de Cristian y de la clase en general la destierran al mundo del olvido, mientras que una nube de corazones de todas las formas, de todos los tamaños, de todos los colores, vuela por el aula en una lección magistral de amor encendido.
La Sabiduría y la Experiencia huyen también despavoridas a refugiarse en un rincón solitario, ubicado en el marco existencial de la incomprensión y de la depresión. Momento que aprovecha la jovencita, virgen de pudores, para lanzar un beso al adolescente corazón del compañero (no al de Cristian), que enrojece y esconde su cabeza detrás de un cuaderno.
El júbilo, la risa, la fiesta se desborda. Andan las sillas por retorcidos caminos, se disputan un lugar privilegiado las mesas en una lucha pendenciera, algunos bolígrafos quieren aprender el vuelo de los pájaros, y se arrastran los libros y las mochilas sin encontrar a sus legítimos dueños. El bramido de la sirena ha despertado a los demandantes estómagos, dejando selladas con silicona las mentes juveniles; pero hoy, día de San Valentín, patrón de los enamorados, se abrirá más de un tierno corazón, se sembrará alguna semilla de la que germinará una linda flor.
El profesor, con un suspiro de alivio, encierra en la maleta de viejo cuero las aburridas letras, los saltarines números, las absurdas teorías, la despreciada cultura, el sueño de un mundo mejor; en tanto que se le escapa de los labios, como en un murmullo: “Se le ofrece una vela, pero prefieren vivir en tinieblas”.
Mañana será otro día.
Publicado en la revista Ronda Norte