Una insensatez imperdonable
La razón y la ponderación quedan lejos; sin embargo, la estulticia, la candidez y los totalitarismos, demasiado cerca. El pensamiento ha dado paso a la opinión que nos llama al orden disfrazado, a la verdad cambiante y fluctuante, a “dame pan y dime tonto”, a la confusión y al partidismo entronizado y ungido por la democracia formalista; y es que por el principio democrático de la absurda igualdad, se quiere dar a entender que la opinión tiene el mismo valor venga de un leído y estudioso, de un ignorante o de un sabio, de una persona reflexiva o de un vociferador. De ahí que pululen por la geografía nacional incultos y necios políticos, y toda una pléyade de periodistas, tertulianos, opinantes y opinólogos, que sin estar especializados en nada, lo están en todo, que de nada entienden y entienden de todo.
El signo de estos tiempos, triunfales para algunos y decadentes para el resto, da lugar a la continua controversia, a la crítica venenosa y al engaño. Los políticos y charlatanes está desprestigiados, ni siquiera los votantes, hastiados y fatigados con tantas elecciones, los oyen y prestan atención. La barbarie de unos pocos, pero con mucho poder, adquiere tintes heroicos, piadosos, místicos, acallando la conciencia colectiva que se vuelve gris y deja de ser inquieta y molesta. Estos transgresores de la ley y de la moral prometen un futuro halagüeño y cortoplacista, sin miras ecológicas ni preocupaciones medioambientales; ocultando el despilfarro y el pillaje.
Siendo estas mis principales preocupaciones, hay una que sobresale por su actualidad y gravedad: los nacionalismos catalán y vasco, y sus consanguíneos o allegados. Nacionalismos de difusión fácil y maniquea, con consecuencias muy perturbadoras, dañinas y destructivas. Las diferencias las transforman en superioridad y supremacía, destruyendo la convivencia, sembrando miedo y pisoteando a los que no piensan como ellos, con una política de exclusión, fuga de capitales, empresas y personas a otras comunidades. Cuántas veces hemos oído que el separatismo catalán es racista, xenófobo a lo español, nacional católico, conservador, una cretinada sin pies ni cabeza; no obstante muchas de estas verdades han sido fagocitadas por la propaganda independentista. No se dice que en democracia la mayoría siempre tiene razón, pues es el momento de aplicar la regla: el conjunto del pueblo español debe imponer sus votos, mucho más ahora que se ha roto el bipartidismo (PSOE y PP). Ya es hora de librarse de la rémora de los partidos nacionalistas, que, con su minoría electoral, imponen su voluntad a la mayoría electoral. Hay que levantar el vuelo, ojear el panorama general y pasar de banderas, leyendas, falsas interpretaciones y pantomimas históricas. Catalanes no sólo son los que gritan proclamas separatistas, también lo son los que trabajan y viven en Cataluña y no votan a partidos independentistas.
Ante esta situación incierta, aún en el aire, cegata y a veces hasta estafadora, los partidos constitucionalistas han de valorar sus votos en defensa de su legitimidad, de la legalidad, de la Constitución y de España, y sin olvidar los criterios de una política económica responsable, acorde con las directrices de la Unión Europea, porque lo que exige la mayoría de los votos españoles es justicia para los delincuentes, absolutamente para todos los que hayan infringido la ley, la unidad indisoluble de España como nación y una economía tendente al Estado del Bienestar, al crecimiento del PIB, sueldos y pensiones, y a una más justa redistribución de la riqueza.
Hablando de economía, hay que reír o tal vez lamentar, y llorar más tarde, con la guerra propagandística económica que actualmente se está perpetrando contra el enemigo número uno, es decir contra España, en esta región o comunidad autónoma, usando como pólvora y metralla, el boicot a productos españoles, instando a consumir productos exclusivamente fabricados y elaborados en Cataluña; con el boicot a las empresas que trasladaron su sede fuera de sus pretendidas fronteras, con las publicaciones de la Guía del consumidor activo catalán y de la Guía de resistencia pacífica, demócrata, de impacto real e inmediato; con la incitación –casi prohibición- a que no se compre lotería nacional; con la recomendación y en otros casos con la proscripción de que se compre en determinadas cadenas alimenticias o que no se compre en otras que hieden a españolas. Algunos tratan de ocultar su verdadera intención, alentando al consumo de lo próximo por razones ecológicas, por ahorro de transporte, y por revertir el beneficio en el entorno más cercano. Resumiendo y hablando en plata: boicotear los productos del resto de España.
Hay que decir también que españoles, arrebatados por el odio, la venganza y el cabreo ante el catalanismo exacerbado, han hecho o intentado hacer casi lo mismo. En fin, una voraz locura que no tiene en cuenta la interconexión entre los mercados catalán y español, ni la globalización económica, ni las consecuencias negativas para Cataluña, pero también para España, de esta imperdonable insensatez.
Antonio Mena Guerrero 23 de junio 2019