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1 septiembre 2015 2 01 /09 /septiembre /2015 13:25

Algunos me animan a que escriba libros infantiles argumentando que hay más demanda y que el mundo gira alrededor de los niños. Cierto, pero yo me niego rotundamente, ni lo pienso siquiera. No sé si sería competente, apto, para adaptarme a esa mentalidad y a esos intereses, lo que sí sé es que no quiero escribir nada para niños. No lo he intentado. ¿Por qué?, se preguntarán, poniéndome en la diana de abuelos, padres y demás parentela. El aliento vital infantil invade, ocupa y usurpa todo el espacio hogareño o cualquier otro en el que se encuentre un menor con sus gracias, imposiciones, diabluras, exigencias y pataleos, constituyendo el centro de atención de los mayores, que nos quedamos, motu proprio u obligados por las circunstancias, sin conversación y sin oyentes. El deseo adulto se marchita; se queda sin salida, sin sentido, sin presencia, para brindarles a los pequeños el mando de la televisión, el mejor espacio, el sillón más confortable, el rincón más luminoso, el plato más exquisito o el capricho más rocambolesco.

La emoción ha desplazado a la razón, no hay filtros para discernir lo útil de lo inútil, lo verdadero de lo falso, lo adecuado de lo inadecuado, lo justo de lo injusto, lo bello de lo feo, porque el corazón, o quizás la comodidad, lo ocupa todo y encadena la libertad de los mayores a la satisfacción de necesidades, placeres, antojos, rabietas y chantajes de los infantes.

Comprendo, admito y alabo el que los padres pierdan el tiempo, sus gustos, el dinero, o incluso la vida, por sus hijos; que se nieguen a sí mismos para afirmar el ego de sus vástagos, que permanezcan en la sombra para que ellos brillen y alumbren más que el sol; pero deben respetar los derechos de los demás miembros de la familia, y mucho más, los derechos de los extraños ajenos a esas tolerancias paternales y alejados de esos gustos y caprichos abusivos. Reconozco que los juegos, el regocijo bullicioso de los niños, supone una liberación momentánea de la carga social, a veces arbitraria, que han de soportar. Pero que cada cual aguante su vela.

El mundo infantil es un mundo de deseos, de curiosidades, de ofrecimientos y rechazos. Lo que hoy es atractivo, bello y divertido; mañana o un minuto después, será rechazado u olvidado.

La infancia, como cualquier edad de la vida, no es tan bella, inocente, alegre o feliz, como se pinta; todo depende del lugar donde se habite, de la genética, herencia cultural, educación y ambiente familiar, puesto que también puede ser astuta, cruel, siempre egoísta, y casi siempre mentirosa y burlona. Los padres siempre son los responsables y no deben olvidar que se puede educar con amor y responsabilidad, o bien con desdén hacia lo ajeno y comodidad propia. De cualquier modo, este tiempo se resquebraja con tantos cambios y entre continuas y cotidianas contradicciones, no hay un criterio válido, porque el sentido común ha desaparecido de nuestra conciencia, actos y pensamientos. Se han perdido costumbres laudables como ceder el asiento, la voz y el honor a los mayores. Del miedo a lo incorrecto, a lo maleducado, a lo prohibido, se ha llegado al libertinaje y chantaje absolutos. Todo es válido, todo está permitido; al fin y al cabo, los niños no mienten, son criaturas inocentes y naturales.

La incompetencia, pereza o calmosa tranquilidad familiar, por no llamarla egoísmo, hacen de personas pacientes sufridores necesarios de las molestias ocasionadas por el consentimiento excesivo en lugares públicos, como restaurantes, comercios, transportes, consultas, etcétera. Nadie reprende, nadie llama la atención; todos ríen, todos sonríen o miran a otro lado. Es el mundo mágico y sagrado de los niños. Yo, de todas las maneras, sigo negándome a escribir literatura infantil. Me gusta llevar la contraria y soy caprichoso como los angelitos.

Septiembre 2015

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Comentarios

J
Hola Antonio:<br /> Me quedo con la cita "Los padres siempre son los responsables y no deben olvidar que se puede educar con amor y responsabilidad, o bien con desdén hacia lo ajeno y comodidad propia."<br /> Hay de todo en todas partes. He visto y tenido el placer de conocer niños encantadores bien educados con un comportamiento envidiable por personas adultas. No es frecuente pero es así, todo el mérito está en la educación y el ejemplo recibido por sus progenitores.<br /> Me alegra que no escribas para niños, perderías un lector ya que no he leído literatura infantil nunca.<br /> Un saldo, José Andrés.
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F
Experiencia tienes para embarcarte en algún ensayo, quien sabe el resultado.
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